En los confines de un sueño de crecimiento y nostalgia de
tiempos mejores… en una búsqueda no siempre fácil pero nunca denodada… uno va
discriminando actividades que le llenen y que le vacía y entre ellas elegir que sí y que no utilizar. Es, en definitiva la
parte más lógica y racional del ser humano.
Y ahí en todas esas múltiples y rocambolescos giros que da
la vid en una sucesión ininterrumpidas subidas y bajas apareció una práctica:
la enseñanza del Tai chi chuan, que fue, en numerosas ocasiones la gran evasión
de mi vid y un punto de inflexión que me ayudaría hoy en día a ser capaz de
comprender que éste no es mi camino y que ésta no es mi guerra. Que andar siempre
en el filo de la navaja aun a riesgo de cortarte incluso las propias ataduras
que te da tu felicidad no es seguramente el camino más adecuado hacia un
crecimiento en cuanto a persona y no en cuanto a egolatría sin fin. Así fui
intentando crecer y al tiempo ir quitando de entre el follaje de la espesa
senda de mi camino todos y cuantos obstáculos encontré en muy variadas y
hostiles formas de individuos y de contratiempos… Adversarios que me creyeron a
mí ser tales para ellos y no ellos para sí mismos. Enemigos aférrimos que en su
momento me harían tener que estar prácticamente en la clandestinidad de tan
noble práctica… luchas encarnizadas, no en tatami ni tan siquiera en un rin,
sino en despachos de jusrisprudencias deportivas y derechos federativos y
colores de cinturones, aun cuando el señor “miyagui” prefiriese llevar tirantes
a cinturón.
Busqué, y lo busqué sin descanso, más que un maestro todo
poderoso señor del cielo y la tierra – epígrafe este que muchos se atribuye y ostentan
encarnizadamente – más que un Sensei del noble arte del combate, buscaba un
amigo que me enseñase a caminar sobre las aguas de la tempestad de la
incertidumbre y la desolación, del despotismo d ela vida y de la soledad férrea…
eso que tal vez es más que un maestro, lo que sería, en realidad un auténtico
Sifu o un Kyoshi, o Maestro de Maestros, pero lejos de eso obtuve represión,
desprecio, silencio, desidia y egolatría por todas partes.
El guerrero, desde la paz, es aquél que no ceja en su empeño
de alcanzar su propia victoria y por ello, decidí continuar aun en la “clandestinidad
marcial”, pues la práctica no me era hóstil sino sus practicantes y así conocí
al grupo donde finalmente llegue a encontrarme, aun solo, en compañía de mí
mismo, y por ello debo estar, y lo estoy eternamente agradecido a mis “MAESTROS”.
Mas, la vida, cual agua que fluye de un torrente, no es dura
pero no cesa en su erosión en la vida, y así el cansancio va haciéndose
abrumador y tornándose casi en aburrimiento y lo Queen día fue una práctica
maravillosa, vista desde fuera, que lo es sin duda, hoy, vistos sus intimidades
acaba siendo la misma guerra egóica que hay entre cualesquiera personas de
determinado nivel ostentando el poder y… tal vez, algún día la gloria. Y ahí,
llegué a pensar y sentir, respirar y dejar fluir y la vida me recordó la frase
del principio: “Esta no es mi guerra”.
Y como yo, siendo músico y escritor me metí en esta locura
para hoy descubrir que no es este mi camino ahora, que ahora rolan vientos de
cambio y el velamen hay que redireccionarlo para ir a favor del viento aunque
sea en contradirección para llegr alg´n día a puerto, pero no por esta vía, no
con estas cartas d eNavegació qu enoson
d emi navío.
Por todo ello, agradezco la ayuda a mis Maestros, quienes en
la clandestinidad ya saben quienes son y por ello no menciono, gracias a mis
compañeros y amigos por su apoyo en todo momento y a sus enemigos por mostrarme
el otro lado de la felicidad y a todos cuantos quisieron seguramente ver a este
músico y escritor con kimono y cinturón negro tercer dan en tai chi chuam por
ejemplo.
No es una despedida total profunda e irreversible, pues
irreversible solo es la muerte y de eso es potestativo solo Dios, pero si es un…
“hasta siempre”, un sí pero no, seguiré con el tai chi como lo aprendí y lo
conocí, continuaré con la práctica de qi gong que tanto ayuda a mi salud física
y energética y tal vez emocional, y aun en la distancia, siempre se sigue en la
batalla por la vida, por seguir siendo lo que uno es sea lo que fuere pues
siendo, con honestidad y respeto y para el mayor bien de todos lo sseres,
siempre se llegará a la mayor gloria de Dios y en suma de uno mismo.
Gracias por todo y Hasta Siempre
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