La
situación no admitía discusiones, ni debates, ni razonamientos lógicos porque
aquello no era lógico así que me dispuse
a retenerla para siempre en mí conmigo, me dispuse al salón en busca de un modo
de imprimir aquella bella idea y desde ahí tenerla inmortalizada como cuando
éramos adolescentes y nos embriagaba ver una foto de alguna actriz de primera
línea… era ella, era mía y era para mí, me lo había dicho ahora mismo así que
necesitaba inmortalizarla para tenerla en mi recuerdo para siempre.
Busqué
en mi mesa de trabajo y el papel, como si cobrase vida se abrió ante mí con tal
rapidez que casi parecía haber entendido mi urgencia del momento, mi
estilográfica favorita, aquella con la que firmaba los grandes acuerdos y
contratos estaba casi desenroscada y con el plumín preparado, lubricado incluso
para ponerse en campaña de inmortalización sin par. Quería hacerlo rápido y, al mismo tiempo, era
un momento tan mágico, tan genial. Tan perfecto y bellamente auténtico… que no tenía prisa por terminarlo pues en realidad lo bello no era el final,
sino el recorrido, la excitación de sentir como me había “penetrado”, como
sentí su penetración como estaba lleno de ella, y no al revés y como aquello me
seducía me enloquecía y me hacía
sentirme cada vez más yo… si a Rodin le hubiera pasado algo así seguramente su
pensador habría dado saltos de alegría pese
a que fuera de mármol y pese varias toneladas pues es la alegría del
momento, esa descarga de adrenalina que envolvía todo mi cuerpo, todo mi ser y
toda mi vida.
El
plumín se erguía dispuesto a inmortalizar aquella fiesta de alegría, lascivia y
locura inmensa… la oscuridad de la nocturnidad había torrándose en locura
pasional de ideas delirios y lameos… y ahí sobre el cálido papel de celulosa
y pergamino, en el blanco de sabanas
doradas de magia y misterio, el plumín se iba corriendo mientras su tinta impregnaba
aquella fiesta de irracionalismo creativo que se iba transformando en palabras
sensualmente dispuestas pareciendo un esbozo de lo que, otro tiempo, tal vez
sea algo lógico y racional pero que hoy era irracionalidad hecha forma.
Sinuosas curvas trazándose ante mí con el leve susurro de un plumin que
acaricia un documento, aún no tallado con la misma calidez y cuidado que un
niño acaricia un preciado juguete por primera vez. Con esa magia con la que un
adolescente acaricia la mejilla de su primera novia, con el temor de, que tal
vez, aquella “idea” se desvanezca y se pierda para siempre n el recuerdo de un
bello sueño de la tragedia del día a día.
Finalmente
ahí estaba, y atenía forma, y a comprobé que, aun habiendo sido un sueño este
será un sueño eterno pues impreso en papel estaba así pues, me sentí pleno,
feliz dichoso de haber vivido una auténtica seducción literaria mientras mi
compañera, mi mujer, mi amiga, mi esposa venía aún con el recuerdo de Morfeo en
su mirada por el pasillo en busca mía preguntándome
-
¿qué haces? Son las… las tres de la mañana
-
Sí sí, ahora mismo voy, tenía algo trascendental que
apuntar – y con aquella excitación preso del pánico de ser descubierto de la
infidelidad conyugal que mi mente había tenido me fui al lecho donde… como
siempre acaba toda buena relación, quedé sumido en un plácido sueño.
A la mañana
siguiente, apenas sonó el despertador, acudí rápido al escritorio pues aún
quedaban esbozos de aquella juerga noctámbula que tuve… y busqué entre mis
papeles… allí encontré aquél mágico
papel e intenté encontrar el misterio de ta maña idea y mis ojos vieron algo
tremendo, una única línea…
“pan,
huevos… y leche”
Rafael Castro Martín
"Lince Apache"
1 comentario:
Me viene a la mente otra idea: la belleza se encuentre en las cosas pequeñas. Y una nota aclaratoria. Seguramente esas tres palabras eran un mensaje oculto de tu Morfeo alternativo en otro Universo..., o tal vez de tu propio Morfeo liberado de Matrix.
Publicar un comentario