lunes, 17 de mayo de 2010

"De lo sutil a lo profundo"

Cuando un escéptico convencido, dudoso hasta de su propia existencia, místico y agnóstico en una misma unidad de tiempo, se plantea cuestiones acerca de la creencia o no delmás allá incluso del más acá, en no pocas ocasiones se formulan frases del tipo “si es así demuéstramelo…” y claro, tal es el hecho que en ocasiones, como siempre sucede en la vida, las pruebas incontestables con para aquellos que sean capaces de percibirlas pues la sutileza del lenguaje es tan sencillo que prácticamente pasan desapercibidas para la inmensidad de los mundanos seres humanos.

En un momento mágico cual es la primera comunión de un hijo, más aún cuando ésta es también entendida por algunos como una puesta en sociedad a nivel social del evento más grande que una persona puede tener a los ocho años de edad, uno empieza a encontrase con familia a la que, otro tiempo hubiera despreciado, influido por otros condicionamientos, y que, sin saber por qué, en el último momento tales individuos, tras una negación manifiestan venir y no solo eso, vienen. De dicha situación no comprendemos el alcance de la situación, pero en afán de amor a quien es el protagonista aceptamos gustosos por él, y en verdad por mí mismo.

Culminado el evento cumbre de la fiesta indicada, ciertamente había que celebrarlo también fuera de la sagrada casa donde dicho acto tuvo lugar, asípues, como en el pais d ela piel de toro todo se celebra comiendo no podía ser de otro modo y fuimos a por ello. Y es justo en tal magnánimo acontecimiento social, que no religioso ni místico, donde, entregando regalitos, detallitos y recordatorios varios, es aquél dindividuo que no iba a venir y vino el que me hizo la mención más gloriosa de todo aquél magnánimo día para mí en exclusiva aunque nadie lo vio así más que yo, afortunádamente para mí. Y dijo…

- ¿Has visto que pone en la fecha? – evidentemente a esa provocación hay que, cuando menos, mirar
- Ya sabes que no veo bien… -disimuladamente intenté tirar un balónfuera que, como siempre, la vida me lo devolvió en aclamante respuesta…
- Pone en la fecha 15-5-10…
- ¿Y…?
- eso es cero…
- pero son guiones hombre
- sí sí…

ahí quedó lo puramente anecdótico. Pero yo, como mente pensante que lo soy y mucho muy a mi pesar, y como místico y agnóstico al propio tiempo también comencé a hilar cabos “¿Buscabas una prueba?” “¿estás preparado para entender esto como una respuesta de la propia vida, llámalo como quieras…?” “¿Sabes lo que supone entender y aceptar esta respuesta?” “¿Has visto quien te lo ha dicho y para qué tenía que venir..?”

Al final tuve que hundir mi ego, lo cual me alegra y molesta al propio tiempo y comprendí… 15-5-10 es cero, y cero es la nada que e sigual al todo que es igual a… a… a Dios… así pues, mi hijo, el que quiso por ventura llamarse también Arturo, me enseñó de la forma más sencilla y humilde, un día antes de la celebraciónde la ascensión del señor a los cielos, y justo un día después -33 años más tarde - de la que fuera m primera comunión que “Dios está ahí”

Sí, es cierto, es algo totalmente casual y anecdótico, son esos azares de la vida que dicen la rama científica pero yo soy de los que también creen que las casualidades no existen… así pues… Abran bien los ojos, cuando menos te lo esperas la vida te da el bofetón aue tantas veces te has merecido y sin querer.

viernes, 14 de mayo de 2010

QUE PAZADA!

Sencillamente, un blg diferente y divertido, para variar un poco QUE PAZADA!

miércoles, 12 de mayo de 2010

"juan, el loco de las flores...?

(Por Julio Andrés Pagano)

Cuenta una historia que en la Tierra hubo un hombre que vivió de manera rutinaria y murió lejos de los aplausos y los reconocimientos públicos, sin embargo ayudó a que millones y millones de personas pudiesen vivir en paz.

No se sabe cuál era su apellido. Se lo conoció como “Juan, el loco de las flores”. Hay quienes afirman que era hijo único y quedó huérfano desde muy joven. Dicen que eso fue lo que le imprimió a su mirada una profunda melancolía, que daba a sus grandes ojos marrones un tinte muy especial.

Se desempeñó como empleado del Estado. Su tarea era rutinaria, asfixiante en algunos casos. Día tras día atendía largas colas de quejas que parecían calcadas. Soportar una carga vibracional tan densa era un tortuoso ritual deshumanizante. Sin embargo, Juan sabía que al menos de ese modo podía pagar sus cuentas a fin de mes, y eso lo animaba a juntar coraje para levantarse de la cama y regresar al trabajo cada mañana.

Muchas veces se preguntaba cuál era el sentido de su vida, ya que todo parecía transcurrir dentro de un círculo que conducía a más y más de lo mismo, sin embargo no encontraba la respuesta. Su barrio era gris, lleno de smog e incesante ruido. Vivir en la zona céntrica de una enorme ciudad tenía sus beneficios a la hora de transportarse, pero restaba calidad de vida. Casi no cruzaba palabras con sus vecinos, porque todos estaban apurados corriendo detrás de sus deseos.

Entre tantos edificios modernos, su modesta casa parecía aún más pequeña. Por su estilo antiguo, era como si en ese punto de la gran urbe, el último recuerdo de lo que en su tiempo fue un pintoresco barrio se resistiese a morir aplastado por la alocada indiferencia de la modernidad.

Juan tenía una pasión: amaba las flores. No sabía bien por qué, pero sentía que ellas eran la razón de su existencia. Nunca antes se vio a un hombre que tuviese tanta gracia y delicadeza a la hora de cuidar las plantas. Su jardín era único, especial. Todo lo que allí había parecía brillar. Si alguien tuviese que ejemplificar cómo sería el paraíso, sin dudas mostraría ese jardín. Era la belleza natural llevada a su máxima expresión. Parecía un verdadero cuadro viviente, en donde el color, la armonía y los aromas se daban cita para danzar en unidad. Verlo inspiraba vida. Sin embargo nadie tenía tiempo para presarle atención, pues quienes por allí pasaban iban envueltos en interminables pensamientos que los hacían moverse de manera mecanizada.

Si no fuese porque tenía que afrontar sus compromisos mensuales, Juan nunca se hubiese separado de sus flores. Cada día, al subir al colectivo que lo llevaba a su trabajo, se sentía morir. Su cuerpo se encorvaba. Caminaba como quien se arrastra. Internamente se resistía a ir cada día a escuchar las protestas de aquellos que de paso aprovechaban y descargaban sus frustraciones cotidianas con la excusa de un mal servicio prestado. Sólo lo salvaba el vívido recuerdo de sus resplandecientes flores.

A medida que sus oídos se abarrotaban de quejas, Juan miraba con insistencia su reloj. Contaba cada segundo. No veía la hora de regresar a su jardín. Necesitaba volver a respirar, necesitaba sentirse vivo. En la oficina sus compañeros de trabajo se burlaban de su manera extraña de comportarse, ya que medio minuto antes de que finalizara la jornada, siempre estaba con el abrigo en la mano esperando para marcar la tarjeta que acreditara su labor.

Ni bien ponía un pie en la calle, su cuerpo se erguía, sus músculos se tonificaban y su andar cobraba un vigor nunca visto. Ni el mejor ilusionista hubiese podido hacer semejante transformación. Se lo podía sentir. Era otro hombre, incluso sonreía. Su enérgica actitud despertó sospechas entre sus compañeros de trabajo, al punto de que un día decidieron seguirlo a ver a dónde iba, ya que no podían creer su comportamiento tan extraño.

“¿Debe ir a ver a su amada?” dijo uno con sorna, sabiendo que era un hombre al que le costaba relacionarse. Tamaña sorpresa se llevaron al ver que apareció rápidamente en su jardín -que daba a la calle-, con un mameluco marrón. Como quien llega a un lugar sagrado, muy lentamente se descalzó e inclinó ante a sus flores y una a una las besó. Luego les contó cuánto las había extrañado y comenzó a cantarles, mientras las acariciaba con dulzura. Esos minutos fueron suficientes para que de ahí en más, Juan fuese llamado “el loco de las flores”.

Su vida transcurrió así, envuelta en la rutina para pagar sus deudas y renaciendo cada vez que su día laboral finalizaba. A los ojos de muchos, su paso por el mundo fue intrascendente. Cualquiera podría afirmar que, de haberla tenido, Juan no cumplió con su misión de vida, ya que -en apariencia- no había hecho nada significativo.

Al día siguiente de su muerte, en las los altos estamentos políticos de su ciudad hubo una reunión secreta para determinar si el país iba a la guerra. En medio de muchas discusiones, el presidente pidió que hicieran un receso, pues necesitaba aclarar su mente antes de tomar la decisión final.

Sin que los demás lo supieran, pidió a su chofer que lo llevara a dar un paseo en su coche blindado. Necesitaba reflexionar en soledad. Quiso el destino que en su recorrido el mandatario pasara frente al jardín de Juan. Como quien queda presa de un hechizo, el presidente no pudo quitar la vista de las flores. En una fracción de segundos, al contemplar tanta belleza y armonía tomó conciencia de que la guerra no era la decisión correcta, pues sólo traería más caos y destrucción.

Cuenta la crónica de ese entonces que por asumir una posición no bélica, el presidente recibió el premio nobel de la paz, y su nombre salió en los medios de todo el mundo. Fue el dueño de todos los aplausos y reconocimientos.

Lo que nunca nadie supo fue que el verdadero gestor de la paz fue Juan, quien gracias a su profundo amor por las flores salvó la vida de millones y millones de personas, que de otro modo hubiesen perecido en la guerra.

Centrado en su corazón y desoyendo toda burla, Juan hizo posible que un pedazo de cielo tocara la Tierra. El no recibió distinción alguna ni tampoco cosechó aplausos. Amó las flores y honró la vida. Sin saberlo, cumplió con su misión. Fue uno de los tantos y tantos héroes anónimos que a diario ayudan a co-crear un mundo lleno de paz y armonía.

Nuestra vida a veces es un poco así, como la de Juan, parece no tener sentido. Sin embargo, si escuchamos la voz de nuestro corazón, por más que no lo parezca, de un modo u otro siempre estaremos haciendo nuestra tarea.

No bajes tus brazos. Seguí confiando. Vos también sos Juan.

martes, 4 de mayo de 2010

del monje y el mandril

De repente el mandril que había entrado en extasis por habver derrotado al león en una trampa era dichoso venturoso, sin duda más allá de ser el rey de la selva creía ser el dueño del mundo. Todo estaba bajo sus pies y era él, y no otro el que podía reír, gritar y bailar tanto como quisiera. Aquél momento de derrota de un león era sin duda el momento más glorioso de su vida…




La danza continuaba furtiva, loca, desmedida incluso, fuera de sí, sin control ni conciencia de donde poner los pies… y ello le hizo caer en un anzuelo de donde cogía una liana que a su vez lleva a cogerlo preso en lo alto de una red suspendida esta vez de una rama de un árbol. El orgullo, la poderosa soberbia, el dominio del mundanal ser se había venido abajo porque otro “bicho” tal vez más astuto y callado sencillamente, estuvo ahí esperando pacientemente a que él perdiera la consciencia.



El hombre se acercó sigiloso, despacio, sin grandes sobresaltos, le miró a los ojos y vio en ellos el fracaso la desesperación y la ignorancia… Este cazador, cuando lo vio así, sencillamente lo bajó al suelo y le dijo “vete en paz”… el Mono sin dar crédito a sus ojos miro y con un gesto de hombros le preguntaba “¿por qué?” “hoy tu inconsciencia te ha lleva a mi red, pero tu comprensión de esta inconsciencia te salva la vida… Vive conscientemente lo más que puedas y cuando no puedas se consciente de tu inconsciencia…



Mágicas palabras que llevaron a que el cazador fuera diluyéndose en la vacuidad del no ser y el mono apareciese erguido como un ser humano humilde pero sabedor de la gran verdad de la vida “humildad + conciencia =sabiduría”



Y de esta singular manera es cómo aquél monje llegó a su verdadera sabiduría y el mono a convertirse en un auténtico ser humano consciente de su verdadera naturaleza.