jueves, 13 de diciembre de 2012

Nunca digas... Adiós


En los confines de un sueño de crecimiento y nostalgia de tiempos mejores… en una búsqueda no siempre fácil pero nunca denodada… uno va discriminando actividades que le llenen y que le vacía y entre ellas  elegir que  sí y que no utilizar. Es, en definitiva la parte más lógica y racional del ser humano.

Y ahí en todas esas múltiples y rocambolescos giros que da la vid en una sucesión ininterrumpidas subidas y bajas apareció una práctica: la enseñanza del Tai chi chuan, que fue, en numerosas ocasiones la gran evasión de mi vid y un punto de inflexión que me ayudaría hoy en día a ser capaz de comprender que éste no es mi camino y que ésta no es mi guerra. Que andar siempre en el filo de la navaja aun a riesgo de cortarte incluso las propias ataduras que te da tu felicidad no es seguramente el camino más adecuado hacia un crecimiento en cuanto a persona y no en cuanto a egolatría sin fin. Así fui intentando crecer y al tiempo ir quitando de entre el follaje de la espesa senda de mi camino todos y cuantos obstáculos encontré en muy variadas y hostiles formas de individuos y de contratiempos… Adversarios que me creyeron a mí ser tales para ellos y no ellos para sí mismos. Enemigos aférrimos que en su momento me harían tener que estar prácticamente en la clandestinidad de tan noble práctica… luchas encarnizadas, no en tatami ni tan siquiera en un rin, sino en despachos de jusrisprudencias deportivas y derechos federativos y colores de cinturones, aun cuando el señor “miyagui” prefiriese llevar tirantes a cinturón.

Busqué, y lo busqué sin descanso, más que un maestro todo poderoso señor del cielo y la tierra – epígrafe este que muchos se atribuye y ostentan encarnizadamente – más que un Sensei del noble arte del combate, buscaba un amigo que me enseñase a caminar sobre las aguas de la tempestad de la incertidumbre y la desolación, del despotismo d ela vida y de la soledad férrea… eso que tal vez es más que un maestro, lo que sería, en realidad un auténtico Sifu o un Kyoshi, o Maestro de Maestros, pero lejos de eso obtuve represión, desprecio, silencio, desidia y egolatría por todas partes.

El guerrero, desde la paz, es aquél que no ceja en su empeño de alcanzar su propia victoria y por ello, decidí continuar aun en la “clandestinidad marcial”, pues la práctica no me era hóstil sino sus practicantes y así conocí al grupo donde finalmente llegue a encontrarme, aun solo, en compañía de mí mismo, y por ello debo estar, y lo estoy eternamente agradecido a mis “MAESTROS”.

Mas, la vida, cual agua que fluye de un torrente, no es dura pero no cesa en su erosión en la vida, y así el cansancio va haciéndose abrumador y tornándose casi en aburrimiento y lo Queen día fue una práctica maravillosa, vista desde fuera, que lo es sin duda, hoy, vistos sus intimidades acaba siendo la misma guerra egóica que hay entre cualesquiera personas de determinado nivel ostentando el poder y… tal vez, algún día la gloria. Y ahí, llegué a pensar y sentir, respirar y dejar fluir y la vida me recordó la frase del principio: “Esta no es mi guerra”.

Y como yo, siendo músico y escritor me metí en esta locura para hoy descubrir que no es este mi camino ahora, que ahora rolan vientos de cambio y el velamen hay que redireccionarlo para ir a favor del viento aunque sea en contradirección para llegr alg´n día a puerto, pero no por esta vía, no con estas cartas d eNavegació qu enoson  d emi navío.

Por todo ello, agradezco la ayuda a mis Maestros, quienes en la clandestinidad ya saben quienes son y por ello no menciono, gracias a mis compañeros y amigos por su apoyo en todo momento y a sus enemigos por mostrarme el otro lado de la felicidad y a todos cuantos quisieron seguramente ver a este músico y escritor con kimono y cinturón negro tercer dan en tai chi chuam por ejemplo.

No es una despedida total profunda e irreversible, pues irreversible solo es la muerte y de eso es potestativo solo Dios, pero si es un… “hasta siempre”, un sí pero no, seguiré con el tai chi como lo aprendí y lo conocí, continuaré con la práctica de qi gong que tanto ayuda a mi salud física y energética y tal vez emocional, y aun en la distancia, siempre se sigue en la batalla por la vida, por seguir siendo lo que uno es sea lo que fuere pues siendo, con honestidad y respeto y para el mayor bien de todos lo sseres, siempre se llegará a la mayor gloria de Dios y en suma de uno mismo.

Gracias por todo y Hasta Siempre

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