lunes, 13 de febrero de 2012

"Historias de don Leonardo"

"PARTE ! Historias de don Leonardo"  es una colección de cuentos y ensayos de reflexión vividos desde la experiencia de una persona mayor, aproximadamente 72 años en el mundo de hoy en día. Confío que os guste y me vayáis dando sugerencias pues lo voy montando u `ara ello cuento con vosotros,  según me vayáis contando anécdotas y curiosidades que conocéis por ahí ¿vale? 

"Era una mañana más, tranquila, como lo podía haber sido cualquier otra mañana del mes de abril de no importa que año. Apaciblemente, el sol nos iba indicando que su luz tal vez no sería la débil del mes de enero pero tampoco sería tan tórrida como lo fue en otros años el mes de julio y que, por el contrario, este año no iba a ser muy distinto de los anteriores.

            Caldeado el sol de luz y temperatura, y avanzada ya la mañana, aun cuando no llegaba a la hora del “Angelus”, decidí entablar negociación conmigo mismo sobre si tomábamos la determinación de irnos a mover articulaciones y disfrutar de la verticalidad de la que disfruta el ser humano y la horizontalidad que disfruta todo animal en su deambular por la  superficie del planeta en que nos tocó en suerte o desgracia vivir. Como en otras cosas, estas asambleas solían ser de discusión intensa pero al mismo tiempo de duración breve en el tiempo por lo que, provisto de los ropajes propios de la fecha y la edad, me dispuse presta a coger la calle antes de que la pereza me cogiese a mí y ahí me encontré conmigo mismo en medio de la plaza donde otro tiempo jugaba con otros amigos, libres del peligro de la circulación, de coches, motos e incluso de otros transeúntes que, anaquel tiempo andaban mucho menos estresados y seguramente, más en paz consigo mismo. Hoy ya, en aquella  plaza donde crecí y viví ya apenas había un pequeño espacio de tierra al que le vieron poca utilidad y le asignaron un arbolito bajo el cual en ocasiones el bueno de Pedro se estaba a descansar y estar tranquilamente y recuperar un poco la paz que el desarrollo nos quitó.

-         Buenos días don Pedro…
-         Hombre –como siempre se incorporo raudo y veloz a saludarme como correspondían las normas de la cortesía que, al igual que la fruta madura debió caer en el olvido de la elegancia -  Cómo se encuentra, que tal… de paseo supongo…
-         Bueno, hay que ir moviéndose sino uno ya se sabe, se para y luego no recuerda como volver a ponerse en marchar… ¿De descanso supongo?
-         Sí, bueno ya sabe, aquí en mi chopo preferido sentado tranquilamente a ver si la inspiración  divina me dice que tengo que hacer en este día
-         En este día… interesante amigo mío, pero tenga cuidado porque si le dice algo lo más seguro sea que del susto tal vez no se recupere
-         Lo tendré en cuenta don Leo… pase buen día


Sí, olvidé presentarme, soy Leo, Leonardo Dos Imanes Frutos,  es el término más oficial y más académico es cierto, pero… bueno,  cuando fui niño, como todo el mundo siempre tuve el típico niño que sabía encontrarle el chiste fácil a mi nombre con tan solo cambiar una letra haciéndome llamar “leotardo” y de aquello ya venían los chistes adyacentes, derecho o izquierdo… y otros muchos de los que, a estas alturas de mi vida, he comprendido fehacientemente que me ayudaron a tener más coherencia y autoconocimiento de mí mismo de lo que tal vez otro pudo tener en su momento llamándose Juan o Pedro, si bien, no cabe duda que puestos a utilizar pseudónimos la inventiva humana no tiene límites así que, siendo la ociosidad la madre de todos los vicios,  debe resultar sencillo encontrar algún recurso onomatopéyico no lejano donde crear la jocosidad del público respetable a costa del disgusto de algún joven que, hundido en su ego más profundo no supo ver lo que tal vez en otro ámbito será una llamada de atención por aquél que lo produjo y no por el sujeto víctima de dicho trato.

            Leo, al mismo tiempo era nombre que me gustó cuando llegó cierta edad en mi vida pues no en vano es diminutivo en ambos sexos, lo cual, siendo amante de lar artes literarias y musicales, me permitía dirigirme al respetable, a través de documentos sin saber si era un varón o una distinguida señorita lo cual, de otro lado me abrió algunas puertas de algunos truanes buscando “algo” que no comprendí en su momento, y tal vez tampoco, pero también al tiempo me cerró otras muchas por esa misma ambigüedad. Leo fue Delibes afamado compositor del ilustre ballet “Coppelia” leo fue Clarín, leo fue Da Vinci… del cual utilicé muchas veces aquella “D” dado mi apellido pues, en vano mi padre era portugués d ela ilustre ciudad de Coimbra de la que también gratos recuerdos me vienen en ocasiones a  mi  esquiva memoria.

            El nombre es sin duda la primera seña de identidad que obtenemos d enuestros padres y tal vez precisamente por respeto a ellos, y en deseo de que lo mismo fuera hecho conmigo, con mis hijos claro está, pensé que sería bueno ver mi nombre como un recuerdo durante toda mi vida de quienes son mis padres y, obvio resulta, saber en alguna forma quién soy yo. Así pues, aun cuando mucha gente en estos primeros años del siglo XXI, la gente cambia, nombres, estados civiles, condiciones sociales, como el que unbuendía cambia de muda, mi rebeldía fue más allá y sencillamente decidí cambiar, no cambiando, nada de cuanto fue puesto en mi persona, ni nombre, ni condición social, ni… bueno el estado civil no deja de ser algo artificioso pero es uno quien lo elije libre y voluntariamente a una determinada edad, loca eso sí, pero una edad en la que ya se debería gozar de una cierta madurez en los requisitos más básicos si bien, es sabido que los estados del corazón lamente raramente los comprende y por ello éste puede ser el más alocado de todos, de ahí el dicho popular…

“El amor es la locura que solo cura el cura y que, una vez que lo cura el cura no sabes si es pero la cura que la propia locura”

Refrán original con términos análogos y significación bien distinguida en cualquier caso pero verídico en no pocos extremos… tal vez por ello, aun cuando ahora no es el propio “cura” llámesele sacerdote, por respeto si acaso a la profesiòn que conlleva, hoy la locura sigue siendo la misma y muchas veces la cura sigue siendo compleja, de ejecución y algo incierta de resultados. Y es por ello que libertinaje que hoy tenemos en la socidad nos permite no transigir con ninguna clase de contratiempo y volvemos al estado de la “soltería2 con una alegría terrible ya que, en realidad soltero… desvirgado el matrimonio – llamese copulamiento – nunca se vuelve a establecer pues la información adquirida hace que, al igual que Eva comió la manzana y ay supo su sabor, los placeres carnales una vez saboreados, rara vez son olvidados, ni espero que así lo sea claro está, que uno, aunque antiguo también tuvo momentos de glorias en planos terrenos de, confío el señor Altzeimer venga, si viene, no me quite y poder recordarlos cuando las fuerzas flaqueen…
           
            Así pues, en aquella mañana de mayo,a luz inundaba todo cuando la superficie terrestre circundaba mi vida, lo que me llenaba de alegría y júbilo pues, vivir en la luz y el calor de una buena mañana de plena primavera es un suministro de vitalidad pocas veces igualado por el hombre y en ningún caso superado por maquinaria por muy de última generación que hubiese. Aquella sensación cálida y acogedora de la luz sola, pegándose a mi piel, en mis manos y en mi rostros, pese a que el resto del cuerpo fuera tapado y frío… era como poner los dedos en un enchufe pero sin las contraindicación d euna electrocución… un aumento de alegría de ganas de vivir, de felicidad infinita que impulsa al corazón y eleva el organismo, sientes que la nariz casi seabre más y se respira mejor, entra más aire fresco, calido, lleno de olores y texturas, flores que tornan sus colores en aromas, aromas en recuerdos, recuerdos en vida, vida en gana de vivir, de seguir viviendo, sintiéndote en suma VIVO… Esa, y no otra es la magia de la primavera, de aquella prima-vera, la primera vez, de la vida por tus venas de la alegría hecha deseo y el deseo hecho pasión… amando ser amado, y amándote cuando te aman… esa es la dicha de los días en mayo… que cada día tornan a más luz, más calor, más vida si bien, uno es consciente de que tal vez su vida y ano va a más… en lo físico pero sí en lo espiritual que es al final lo que nos acabaremos convirtiéndonos irremediablemente, en puro espíritu diluido en el universo de lo infinito.

            Mis paseos, especialmente desde que me retiré de la vida laboral a una vida más jubilosa, a la que denominaron “jubilación” y que, muchos se empeñaron en menospreciar, no era un paseo muy aventurero sino más bien resultaba reiterativo, siempre mismo camino, mismas horas, mismos sitios,  misma gente… aproximadamente… hasta el punto de que si cualquier circunstancia sucediera en casa y tuvieran que encontrarme, sabiendo la hora tenían pleno conocimiento de donde estaba con quien, de qué hablábamos y que estaba tomando en el sitio que fuese suponiendo que hubiese sitio para ello

-         Llama a Leo que tiene que ir a casa de doña Paquita…
-         ¿Dónde está? – pregunta de alguien que no me conocía todavía
-         ¿Qué hora es?
-         La una y media
-         Estará en el bar de la esquina de universitas con Ignacio tomándose un Martini seco con una tapita… - ¡Vete y díselo que se nos olvidará¡
-          
Y acudían presurosos allí y efectivamente ahí estaba, sentido en mi esquina preferida donde todos los domingos, por antigüedad, y por edad se me respetaba aquél sitio y porque, también daba un sol que a ciertas edades son muy de agradecer en estas tempranas horas del mediodía. Allí, con mi buen amigo y compañero Ignacio, una persona que, pese a que era la antítesis de mí, siempre fue, sin ningún género de dudas, lo que se podía denominar un auténtico AMIGO, un compañero con quien contar, a quien poder llamarle cuando necesitas un soporte donde echar tus penas… lo que, en suma, vendría  a ser un amigo pero que, en realidad, son pocos los que cumplen semejantes requisitos. Ese era Ignacio, al que, como a mí, su nombre le parecía demasiado largo y oficial y prefería un diminutivo general como era “Nacho” diminutivo que le gustó hasta que conoció la existencia de semejante término en Sudamérica donde un nacho, lejos de ser un individuo de nombre “Ignacio” era lo que aquí viene a ser una tapa y en otras partes un “burrito” si bien como en todo hay tamaños y calidades y calidades que duda cabe, por lo que mi amigo pasó d eser Ignacio a Nacho y de Nacho a Nacio,

-         Así – decía orgulloso – cuando pase de 100 kilos un día, en lugar de ser Nacio seré Nación
-         ¿Pera Nación es LA Nación…- silencio sepulcral que invadio todo cuanto rodeaba y unía a Ignacio y a  mí. Los 100 kilos estaba asumido, no por gordo sino porque sus dos padres pasaban del 1.95cm de altura y a esos niveles los pesos oscilan en ese porcentaje
-         Pues… seré… Ignacio y listo
-         Sí – replicaba yo – porque otra opción d eser nacio es que te pongan de
ne-cio y eso sería peor

            Con el tiempo me confesó que pocas veces me había llegado a odiar tanto como en aquél fatídico momento, pero como todo AMIGO que se precie de serlo, el tiempo al final lima las diferencias y a nuestra edad, pasados de los 20 más de 3 veces, ya estas cosas se recuerdan desde el cariño y casi la nostalgia de otro tiempo y otra forma de ver el mundo, donde el mundo, en esencia era un nombre, un pseudónimo, otro nombre, y finalmente el nombre inicial…

            Así era la vida, minuto a minuto, instante tras instante, viviendo una eternidad a la que s ele llama presente porque, si lo piensas, siempre es “Ahora”.

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